viernes, 31 de mayo de 2013

Jornada medio Ambiental

 Este año la actuacion fue en la fuente Canaletas , plantacion de carrascas , adecuacion y limpieza de la zona

Nuestros bosques: la carrasca en Aragón .

La intervención del hombre en el medio natural comenzó a adquirir importancia en la región mediterránea hace 7.000 u 8.000 años, coincidiendo con un cambio en el clima que suavizó las temperaturas y disminuyó las precipitaciones, lo que propició una expansión natural del encinar. El comienzo de la agricultura y la ganadería hace unos 5.000 años, afectó al bosque por efecto de la roturación de tierras para pastos o para cultivos que completaban actividades como la caza de la que habían vivido hasta entonces. En esta época de la historia la simbiosis establecida entre la naturaleza y el ser humano era equilibrada y sostenible debido a que el número de personas sobre la Tierra no era muy elevado. Es en la época romana cuando florecen los imperios y acontece una importante explosión demográfica en toda el área mediterránea, cuando la explotación agrícola sufrió un importante incremento; se roturaron importantes extensiones de encinar para la introducción de cultivos como el olivo y la vid. Ejemplos de ello los encontramos en algunas zonas de Aragón como las viñas del Somontano oscense o las oliveras del Bajo Aragón en Teruel. También en esta época se desarrollan los medios de transporte y con ellos las vías de comunicación que favorecen el intercambio de mercancías. Así, algunos países con escasez de bosques como Egipto importaban madera para construir su flota marítima de otras colonias romanas. Con la invasión árabe de la Península llega el regadío y el asentamiento de núcleos poblacionales más numerosos y sedentarios que necesitaban madera para construcción, y leña para calentarse. A partir del siglo XVI, el poderío marítimo de España y las continuas guerras en nuestro territorio provocaron una importante presión en el encinar con la extracción de madera para la construcción de barcos y con la quema de los bosques para limpiar los escondites del enemigo en cruentas batallas como la acontecida en el Carrascal de Chimillas, junto a la ciudad de Huesca, durante la Guerra Civil. En los años sesenta del pasado siglo, con la mecanización agrícola y forestal, se produce una importante roturación de bosques ibéricos, especialmente encinares, que se transforman en cultivos que no siempre fueron rentables. Por otro lado, a finales del siglo XX, la mayor industrialización y el crecimiento económico impulsan el éxodo y el abandono de la agricultura en las zonas del interior, lo que ha permitido la regeneración del bosque. En la actualidad los efectos del desarrollo turístico, los incendios y la desertización son las mayores amenazas del bosque mediterráneo, más teniendo en cuenta que escasamente una quinta parte del territorio aragonés está cubierta por masas forestales, siendo más o menos la mitad encinares naturales y el resto repoblaciones forestales y bosques atlánticos. Ya hemos dicho que la encina es el árbol más representativo de la Península Ibérica, por ser una especie adaptada perfectamente al clima mediterráneo, caracterizado por inviernos húmedos y templados, veranos secos y calurosos y períodos de sequía que pueden durar varios meses y que van seguidos de lluvias torrenciales y lluvias estacionales que suelen llegar en otoño con la conocida gota fría. Las especies vegetales se han de acomodar a estas condiciones desarrollando singulares adaptaciones. El follaje permanece en el árbol todo el año, ahorrando así excesiva producción de material vegetal, muy costoso de hacer por tener muchas defensas. Estas defensas consisten, por ejemplo, en producir unas hojas esclerófilas, es decir duras y resistentes a la pérdida de agua por evapotranspiración. Además, suelen estar cubiertas de pelillos que atrapan cualquier humedad en el ambiente por escasa que sea y a menudo son pinchudas para evitar la predación de los herbívoros. Otras especies son carnosas para acumular agua, otras venenosas y algunas otras tienen alcoholes con un intenso aroma que les protege del excesivo calor. Hemos de distinguir dos tipos de carrascas, la encina como tal (Quercus ilex ilex) que posee hojas lanceoladas más largas que anchas, y con bellotas amargas, que habita en fondos de barrancos al abrigo de las heladas y las sequías y que se extiende principalmente por la franja norteña desde Asturias a Cataluña y en algunos puntos del interior peninsular. En Aragón su presencia parece limitada a los Puertos de Beceite y a la entrada de algunas foces o cañones del Pirineo, como Añisclo o la Foz de Sigüés. La otra especie, a la que en Aragón llamamos indistintamente encina o con el nombre popular de carrasca (Quercus ilex ballota) forma el encinar mejor adaptado al clima mediterráneo, aunque cuando éste es extremadamente árido como en el valle del Ebro se ve sustituida por el pino carrasco (Pinus halepensis). La carrasca forma el paisaje más característico de Aragón y, aunque forma bosques, es habitual encontrar ejemplares sueltos e incluso formando los linderos que separan los campos de cultivo. Produce casi siempre una dulce bellota, puede brotar de cepa y es muy longeva.

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